Hay batallas que no se libran con las manos, sino con el corazón. Muchas veces intentamos resolver todo con nuestras fuerzas y terminamos agotados, sin encontrar salida. Pero cuando soltamos el control y dejamos que Dios guíe nuestros pasos, algo cambia dentro de nosotros: aparece la paz.
Hoy entendí que no siempre voy a tener todas las respuestas, ni puedo controlar lo que otros hacen o lo que la vida trae. Lo único que realmente puedo decidir es en quién confío. Y cuando pongo mi confianza en Dios, el peso se vuelve más ligero.
Como dice la Escritura: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3). La paz no viene de que todo esté perfecto, sino de saber que estamos en las manos correctas.
La confianza en Dios no elimina los problemas, pero transforma la manera en que los enfrentamos. En lugar de miedo, sentimos fortaleza. En lugar de ansiedad, esperanza.
Hoy decido soltar lo que no puedo controlar y descansar en la certeza de que Dios ya está obrando, aunque yo todavía no lo vea.
