Vivimos en un mundo que nos empuja a ir siempre deprisa, como si detenernos fuera un lujo que no podemos permitirnos. Pero he aprendido que hacer pausas no es perder tiempo, sino invertirlo en nuestra salud mental.
Hoy, en medio de mis tareas, sentí que mi mente empezaba a llenarse de ruido: pensamientos acelerados, preocupaciones, pendientes. Me detuve, cerré los ojos y respiré profundamente tres veces. No me tomó más de un minuto, pero ese pequeño gesto cambió mi ritmo.
Hacer pausas me ayuda a ordenar mis ideas, a escuchar mis emociones y a darme cuenta de lo que realmente importa en ese momento. No es necesario esperar a estar agotados para parar; podemos regalarnos pequeños descansos a lo largo del día.
Cuando cuidamos nuestra mente, también cuidamos nuestro cuerpo y nuestras relaciones. Una mente tranquila responde mejor, piensa con más claridad y se siente más ligera.
Cuidar la salud mental empieza por reconocer que no somos máquinas, y que detenernos un momento puede ser la clave para seguir adelante con más fuerza.
