Cuando era más joven pensaba que hacer ejercicio significaba darlo todo en una sesión intensa, hasta quedar sin fuerzas. Ahora entiendo que lo que realmente transforma el cuerpo y la mente no es la intensidad de un día, sino la constancia de cada día.
Hoy hice 30 minutos de bicicleta estática, sin prisa pero con disciplina. No fue mi entrenamiento más fuerte, pero al terminar sentí esa satisfacción de haber cumplido conmigo mismo.
El ejercicio no debería ser un castigo ni una obligación pesada. Es un regalo que le damos al cuerpo para que siga funcionando, para que respire mejor, para que nos acompañe con energía en la vida diaria.
La constancia nos enseña paciencia, nos recuerda que los cambios llegan poco a poco, y que cada gota de sudor suma. No importa tanto lo que hagas en un solo día, lo que realmente marca la diferencia es lo que decides repetir.
Hoy confirmé que en el movimiento constante está el verdadero progreso.
