Hay días en que las fuerzas no alcanzan. La mente se nubla, el cuerpo se siente pesado y el corazón parece perder el rumbo. En esos momentos, lo único que me sostiene es la oración.
He aprendido que orar no siempre significa pedir cosas. Muchas veces es simplemente abrir el corazón y decir: “Señor, aquí estoy, no puedo solo, ayúdame”. Y en ese acto humilde siento una paz que no viene de mí, sino de Él.
La oración transforma la debilidad en esperanza. No porque elimine los problemas de inmediato, sino porque cambia la manera en que los enfrento. Me recuerda que no estoy solo, que hay una fuerza mayor sosteniéndome.
Como dice la Palabra: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Este versículo me acompaña como un bálsamo en los días más pesados.
La debilidad es parte de la vida, pero cuando la entregamos en oración, se convierte en oportunidad para experimentar la fortaleza de Dios.