Hay momentos en la vida en los que parece que todo se derrumba: los planes no salen, las fuerzas se agotan y la fe se tambalea. Sin embargo, en medio de la prueba, hay algo que permanece: la esperanza.
La esperanza no depende de que todo esté bien, sino de creer que aún en lo difícil, Dios sigue obrando. Es esa chispa que nos impulsa a levantarnos cada día, incluso cuando sentimos que no podemos más.
La Biblia nos recuerda: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23). Esa fidelidad es la que me sostiene cuando mi corazón se debilita.
He aprendido que la esperanza no es ingenuidad, es una decisión. Es elegir creer en la luz cuando todo parece oscuro, confiar en que los tiempos difíciles no son eternos y que, después de la tormenta, siempre llega la calma.
Hoy confirmé que mientras mantenga viva la esperanza en Dios, nunca caminaré a oscuras.